miércoles, 13 de mayo de 2015

En boca cerrada no entran moscas



Aquí estoy nuevamente, tal como lo prometí. ¿Debería estar haciendo algo más productivo? Probablemente, pero ya saben, me gusta procrastinar. Como comenté en la entrada anterior, estoy por concluir la maestría y me encuentro cursando mi última materia: Ambientes de aprendizaje para la formación de competencias y en esta ocasión me tocó formar equipo con otras tres compañeras de diferentes estados, una de Chihuahua, de San Luis Potosí y la tercera no tengo ni idea. Bien, el punto aquí es que por lo general ODIO trabajar en equipo, ¿por qué?, porque siempre me toca arrear a todo mundo, siempre ha sido así desde que entré a la universidad, cómo odié tener que andar apurando a mis compañeros de equipo para que entregarán su trabajo, puro estrés de a gratis. Por otro lado en la maestría, aunque sigue sin gustarme mucho, es conveniente unirte a un equipo para repartir la carga de trabajo y así no arañar las paredes cuando se te juntan las cosas. Pero, ¿a qué iba?... Ah sí, tal vez debería estar haciendo algo más productivo, como el trabajo que tenemos que entregar el domingo, pero aún sigo esperando que mis compañeras respondan el correo que les envié con los avances… Sooo, aquí estoy, divagando incoherentemente acerca del trabajo en equipo. También tengo unos dictados de mis alumnos que revisar, pero ñam… lo haré en un rato más.


Lo siento, me desvié completamente del propósito inicial de esta entrada, el cual era narrar lo acontecido el día de hoy en el trabajo. Una de mis alumnas se golpeó la frente con la esquina de un escritorio, lo que resultó en corte….


Yo estaba en clase con mi grupo de primero de preescolar, mientras mis alumnos de segundo tenían clase de computación. Entonces me asomé para ver si ya estaban por regresar al salón cuando vi que la directora tenía a una niña en el lavamanos limpiándole la cara. No la reconocí al principio, de hecho la confundí con una niña de otro saló, y bien tranquila pregunté qué había pasado, “se cayó”, me dijo la directora. Hasta que escuché que llamaban a la niña por su nombre me di cuenta de que era mi alumna y cuando vi la sangre en su cara me alarmé: tenía un corte bastante feo en la frente, se le abrió, y trataban de enjuagarle la cara mientras sus compañeros bajaban del aula de cómputo todos preocupados preguntando qué le pasaba a su amiga. Los metí al salón y les pedí que sacaran el lunch mientras yo me llevaba en brazos a la niña a la dirección en lo que llamábamos a su mamá para avisarle que la llevaríamos con el médico a que la curaran. Todo resultó bien, fuimos al consultorio y la abuela de mi alumna ya estaba ahí, no fue necesario que le dieran puntos y solo tendrá que reposar unos días en casa mientras cicatriza la herida. Lo que ocurrió fue que al formarse para salir de la clase de computación una de sus amigas salió corriendo, chocó con ella y la empujó, provocando que se fuera de frente contra el escritorio de una de las computadoras y que se golpeara en la cabeza. 


Como le digo, preocupado lector, todo terminó bien, no habrá demanda ni nada por estilo, pero eso me hizo recordar la vez que una maestra del colegio le agarro la mano con la puerta a una alumna luego de la hora de salida. ¿Por qué? Ya sé que no es gracioso que un niño se lastime ni mucho menos, pero ya cuando pasa todo y vemos que no ha sido grave es imposible no reírse de algunos detalles. Por ejemplo, a esa niña a la que le machucaron la mano con la puerta, uuuf pobrecita, lloró horrores, pero logramos tranquilizarla e intentamos calmarle el dolor. Estábamos en la dirección y le revisábamos la mano, ya más calmada la niña y todo, cuando llega otra maestra y sucede lo siguiente:


Maestra L: No llores mi niña, vas a estar bien. Mira ya se te está bajando la hinchazón de los dedos (no era cierto, estaban bien hinchados y rojos, pero lo que queríamos era evitar que se asustara y siguiera llorando).
Yo: Es verdad, ya con el hielo y la pomada de árnica se te calma el dolor.
Entra en escena la Maestra 2
Maestra 2: ¿Qué le pasó?
Yo: L le machucó los dedos con la puerta.
Maestra 2: A ver… (le mira la mano) Tsss, ¡Noo! Mira cómo se le pusieron los dedos, tiene las uñas moradas, yo creo que se le van a caer o se las van a tener que sacar, porque… ¡Mira! Están bien hinchados… Sí, a lo más tarde se le terminan cayendo.


L y yo nomás mirábamos a la otra maestra con cara de ya-cállate-por-favor, pero ni enterada y seguía hablando y hablando, asustando más a la pobre niña que se soltó llorando otra vez. Cuando llegaron por la alumna y se fue con su mamá, le contamos a la otra maestra la cara que puso la pobre niña cuando se soltó hablando enfrente ella de que se le iban a caer las uñas y que en lugar de ayudar a hacerla sentir mejor la asustó más. Nos dio mucha risa, porque ni cuenta se dio, nomás llegó y paniqueó a la chamaca que tanto trabajo nos costó consolar. Ahora nos acordamos de eso y es gracioso, pero en su momento no lo fue.


Algo parecido ocurrió hoy con mi alumna. La directora me decía:

Directora: ¿verdad que no se abrió mucho?
Yo: No tanto, pero sí, si tiene un corte bien feo (me pone una cara extraña la directora y entonces carburo, quiere que mienta para no espantar a la niña)… Aaaah no, nomás es un chichón, no pasa nada, pero vamos a curarte a la dirección, ¿sale?
Entonces se acerca otra maestra que tiene entrenamiento en primeros auxilios, la directora le pregunta su opinión:
Maestra: Nooo, sí… se ve grave eso, van a tener que llevarla con el doctor y me parece que va ocupar que le hagan unos puntos porque si se ve profundo así donde se abrió.
Yo: Pero no lo diga enfrente de ella D:
Maestra: (pone cara de “aaah, la regué”) ¡Ay perdón!
La niña se asusta y empieza a llorar otra vez.


Si ya sé, bien imprudentes que somos en ocasiones todos. Creemos que los niños no se dan cuenta, pero ¡mooocos!, resulta que están más al pendiente de lo que parece. Obvio, se trata de lo que les va a pasar a continuación, su dolor no les impide imaginarse más dolor todavía en el proceso de curación.


Aaah, ya ve curioso lector, no cometa el mismo error y que no se le suelte la lengua delante de un herido acerca de los horrores que le esperan o de lo grave de su situación, aunque después resulté en una cómica historia sobre su imprudencia, la cual podrá compartir con amigos y conocidos de internet.



Espero que lo hayan gozado.
Cambio y fuera.

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